JORGE P . FUMIÉRE LOS ORIGENES DE CAMPANA HASTA LA CREACION DEL PARTIDO 1875 En el centenario de la ciudad MUNICIPALIDAD DE CAMPANA 1975 APENDICE 1 EL DESCUBRIMIENTO DEL CEMENTERIO INDIGENA En los primeros días del mes de enero de 1877 se hace en Campana un hallazgo que llena de sorpresa y de expectativa a los círculos científicos nacionales y extranjeros Mientras el ingeniero Pedro Pico, miembro de la Sociedad Científica Argentina, se hallaba efectuando trabajos de mensura en los terrenos del bañado conocidos por de Tajiber, alcanzó a divisar un montículo de tierra que le llamó extraordinariamente la atención por su gran semejanza con los túmulos hallados en el Paraná Guazú Brazo largo y Gutiérrez. El Ingeniero Pico comunicó su descubrimiento al doctor Estanislao S. Zeballos y convinieron en realizar juntos un detenido examen del mismo. Al promediar el año. los señores Pico y Zeballos vinieron a Campana para dar comienzo a la labor. Del resultado de los primeros trabajos dieron cuenta a la Sociedad Científica en una minuciosa memoria descriptiva. cuyas partes principales transcribimos a continuación. "Ocupados uno de nosotros en practicar una mensura en los terrenos anegadizos del gran bañado del Paraná, sitos en el partido de Exaltación de la Cruz. paraje denominado de Campana. llegó a un sitio donde la horizontalidad del suelo era interrumpida por una pequeña colina, la cual. siendo un accidente muy extraño en aquel terreno, llamó vivamente su curiosidad. Allí muy a la ligera. se reunieron varios objetos de alfarería y uno que otro de piedra. Los paisanos de la vecindad. no daban importancia alguna al hallazgo, y se explicaban todo aquello y la abundancia de fragmentos de barro cocido diseminados por el suelo, atribuyéndolos a restos de alguna población abandonada por los pastores de la localidad . A los siete meses nos reunimos y fuimos al paraje indicado, a fin de efectuar un reconocimiento prolijo, y tuvimos la suerte de realizarlo con el mayor éxito. Recomendados por nuestro distinguido compatriota el doctor D. Eduardo Costa a los encargados de su establecimiento en Campana, fuimos allí deferentemente atendidos. Ellos nos proporcionaron caballos; y hora y media después de nuestra llegada, nos poníamos en camino hacia el para je en que debíamos hallar más tarde, objetos de notable valor para la ciencia. El terreno que se extiende a la vista del viajero es uno de los más pintorescos y llenos de novedad que ofrezca esta provincia. Desde que sale del terreno bajo de Palermo, el ferrocarril comienza a recorrer la llanura alta que se extiende desde Belgrano hasta los confines de los partidos de San Martín y Pilar. Por allí vuelve a caer la línea férrea en campos muy bajos, origen de los bañados de gran extensión, comprendidos entre el litoral y los terrenos altos del Norte de esta Provincia. Con algunas alternativas de alturas excepcionales, el bañado se pronuncia más a medida que se aproxima en tren a Campana, pues a la vez, se avanza sobre la costa del Paraná. Antes de llegar a los bañados del Río Luján comienzan a dibujarse en el horizonte del N. O. una mole azulada que se destaca del llano como una nube gigantesca tendida en los limites del horizonte. A medida que el tren se aproxima, la mole pierde su primitivo color aparente y se pre­senta sencillamente adornada con la especial vegetación que las barrancas del Paraná producen. Muy pronto el ferrocarril gana el pie de estas barrancas que nacen desde la conjunción del bañado del río Paraná con el Río Luján, y prosiguiendo las sinuosidades de ellas, por sobre terra­plenes altísimos en las partes que cruza el bañado, y por cortes profun­dos en las que atraviesa algunas de sus aristas más salientes, llega al pequeño valle de Campana, cortando por último la parte más alta de estas barrancas y sobre la cual se destaca la bonita finca del establecimiento del doctor Costa. Al pie de este corte que mide aproximadamente 30 metros, están los talleres, estación y demás construcciones de la vía férrea y del puerto. Poco después de nuestra llegada a Campana, sali­mos, como lo hemos dicho antes, en dirección al sitio de nuestra explora­ción. La contemplación de la naturaleza salvaje en aquel suelo, detenía nuestra marcha a cada instante. En sus orillas superiores crecen multitud de talas, espinillos, chañares, tunas, cactus y fecundas trepadoras, que con su nutrido follaje daban mayor interés al paisaje. En algunos puntos, elevándose sobre la silueta de las alturas, aparecen enseguida en el fondo de profundos zanjones y por lo general en las faldas de sus barrancas, hermosos bosquecillos tupidos e impenetrables. La naturaleza ofrece un ejemplo de su actividad incesante en aquellas barrancas, desnudas en trechos y tapizadas de vegetación herbácea y forestal en otros. que conservan la admirable e imponente fisonomía de un suelo virgen. El agua, es de los agentes naturales el que más ha trabajado estos terrenos. Su huella se palpa a cada paso y a cada paso la contemplación es más interesante y más seductora. Las lluvias torrenciales desprendiéndose desde lo alto de las barran­cas para precipitarse al bañado tributario del Paraná, han abierto, al cruzar sus laderas, zanjones profundos, tortuosos e irregulares. En otros puntos, las aguas cayendo verticalmente, han horadado la falda de la altura hasta gran profundidad, como si la mano del hombre hubiera cavado deliberadamente esos hoyos. Allá, entre el ramaje de los árboles espino­sos. se descubre una gruta cuya entrada cubierta a medias por las espesas yerbas. parece más bien una obra artificial, que el trabajo constante de las aguas. Aquí, el elemento aluvional ha cortado una punta de barranca dividiéndola de la masa general de ellas hasta su base, de manera que, aquella se levanta gallardamente, como torre destacada de un gran castillo unida a sus murallas por una corta explanada. Las caprichosas modificaciones que el aluvión ha operado en aquellas alturas y en sus laderas, cautivaron vivamente nuestra atención." "El atractivo era mayor, porque toda la barranca en su extensión de nueve kilómetros aproximadamente, es el corte geológico del terreno cuaternario más puro, más vivo, más hermoso que hemos visto en Buenos Aires, después de recorrer una gran extensión de la provincia en distintas direcciones. Allí está la formación diluviana clara e inequívoca la vista, acusando en todos sus detalles y en su conjunto imponente, la sucesión regular de sus períodos. En primer término, confundiéndose con la tierra vegetal de la formación actual, las grandes masas del diluvium o arcilla rosada del cuaternario argentino. Nueve metros más abajo. cambia de color la tierra, de una manera que podríamos llamar matemática dada la regularidad con que la naturaleza ha producido la línea horizontal de contacto de las capas geológicas. A la tierra roja sigue la tierra pardo-amarilla, característica de los terrenos diluvianos y fosilíferos de la cuenca del Río de Luján. La coloración especial de está capa. proviene de las modificaciones que el agua hace sufrir al óxido de hierro contenido por el terreno. En otros puntos, la coloración pardo­amarilla no se ha pronunciado uniformemente y apenas se nota el diluvium rojo con tintes amarillentos. En este terreno abunda la materia caliza, sea en forma de concreciones, nódulos de carbonato de cal, ya bajo la forma de arcillas cimentadas en una solución calcárea y que afectan diferentes estados de agregación molecular, desde la blanda y margosa, hasta la de la toba, en la que, predominando el elemento calcáreo, le da una dureza superior. Los cortes geológicos miden en muchas partes has­ta treinta metros, y ofrecen a la vista, diversas épocas de la formación, señaladas regularmente por varias capas superpuestas de tal suerte que aquellas barrancas son dignas de la visita de los que se ocupan del estudio práctico de la geología argentina. A excepción de un pequeño fragmento de coraza de armadillo muy singular, porque es el primero que de su clase hemos visto en este género, no hallamos fósiles en nuestra rápida mirada al terreno, pero supimos por vecinos de Campana, que no lejos de allí aparecieron, tiempo ha, varios huesos, que por su gran tamaño, servían en un miserable rancho, de bancos para la cocina. Las laderas generalmente con pendientes pronunciadas y accidentadas por el trabajo de las aguas, aparecen desnudas en trechos grandes y en otros vigorizan los árboles espinosos de que hemos dado noticia. Apartándonos de las barrancas al este, se cae al bañado o playa del río allá. en los tiempos lejanos de la época prehistórica; bañados que, como se ha dicho, corren orillando el Paraná hasta las inmediaciones de Buenos Aires. Excavaciones practicadas en este terreno, han arrojado a la superficie, conglomeraciones de restos marítimos cimentados sobre tierra arcillosa por la acción de las aguas al descomponer la parte caliza de las mismas conchas. Aun cuando no nos hemos detenido en hacer una clasificación prolija de todas las especies de moluscos que hemos tenido a la vista, podemos adelantar que en estos conglomerados predomina el género Azara que hoy vive en los límites del Río de la Plata y del Océa­no Atlántico. El terreno bajo de Campana ha sido pues, el lecho del 110 en épocas remotas, durante las cuales probablemente, no existían las islas del Delta del Paraná, y ha ido levantándose sucesivamente como se han formado dichas islas, por la acción permanente de los aluviones". "A poco más de treinta cuadras del pueblo de Campana, se hallaba el teatro de nuestras investigaciones. Las barrancas forman allí una ensenada que se interna al Sud comprendida entre dos puntas conocidas por de Cheves y Urien. El bajo correspondiente es el de Tajíver. La intersección de la base de las barrancas con el plano del bañado forma una línea circular cuya cuerda es la vía férrea que pasa por los dos puntos mencionados. AIli a seis metros de las cunetas del camino de hierro, se hallaba, incitándonos, la pequeña colina buscada. El primer golpe de vista bastaba para comprender que aquello no era natural, sino obra del hombre. Corría la estación de las fuertes lluvias, y las aguas habían lavado la superficie de aquel monumento erigido por los hombres primitivos, dejando visibles innumerables fragmentos de tiestos de barro cocido, con adornos y sin ellos; distinguíase también entre la multitud de estos fragmentos, uno que otro objeto de piedra trabajada. Establecimos a priori que este monumento era un túmulo, semejante a los hallados en diferentes territorios europeos y americanos. Su material consiste en tierra vegetal y cuaternaria, presentando su contorno la Forma de un elipse, cuyo diámetro mayor mide 79 varas, 32 el diámetro menor y 2 ½ la mayor altura del monumento sobre el plano del terreno. Pero esta es su altura actual, y ella ha debido disminuir naturalmente a consecuencia de los arrastres de las aguas pluviales. Lo que podríamos llamar los taludes del túmulo formados por el aluvión, corren hasta 50 metros de su base y en todo ese trecho se encuentran objetos de industria primitiva. Las aguas han ido lavando durante varios siglos el túmulo y ha debido perder media vara de elevaci6n por lo menos, según nuestra opinión. Así, pues, debe suponerse que su altura verdadera no ha sido menor de tres varas. Como se ha dicho antes, el suelo se ostentaba tapizado de innumerables fragmentos de tiestos, de armas y de otros utensilios, en abundancia de tal manera sorprendente, que nos sentíamos confusos en el primer momento, sin saber que alzar primero y desde donde empezar las pesquisas, pues en todas partes hallábamos reliquias igualmente incitantes. Sobre el punto más elevado del monumento, aparecía un grupo de cuatro talas plantados en un cuadro perfecto. Después nos apercibimos de que en aquel sitio habían existido otros árboles y que habían desaparecido, sin duda bajo el hacha de los vecinos de la localidad. Pudimos ver sin embargo sus troncos, apercibiéndonos de que formaban una calle que corría de Este a Oeste, dirección del eje mayor del túmulo. Estos árboles fueron indudablemente colocados por la mano del hombre como señal piadosa, a la manera de las cruces, que marcan a la orilla de los caminos, la tumba solitaria del caído caminante. "Comenzamos las excavaciones, dirigiéndolas con todo género de precauciones y practicándolas personalmente cuando era necesario. Abrimos un foso de una vara de boca atravesando el túmulo en el sentido de su eje menor. La profundidad que dimos al foso fue igual a la altura del monumento llegando hasta la misma capa de tierra del bañado. A vara y media de profundidad recogimos sin cesar innumerables objetes de piedra tallada, de hueso y de barro, labrados y pintados por el hombre. Allí mismo empezamos a descubrir una veta de tierra gris amarillenta, con grandes nódulos de materia vegetal carbonizada y con un copioso depósito de huesos de pescado y de cuadrúpedos selváticos. Descubierta esa tierra, abrazaba una extensión de dos varas cuadradas .aproximadamente: era el asiento de uno o de varios fogones primitivos. La exploración completa de este accidente del monumento, nos dio un rico resultado en piedras talladas y objetos de alfarería. Habíamos descubierto, pues, a plena evidencia, las huellas de una raza primitiva. ¡Allí estaban sus armas, sus utensilios, sus obras de arte, los detritus de sus festines! ¿No estarían también sus esqueletos? Nuestra convicción nos inclinaba a la afirmativa, y aunque a las 24 horas de cavar, teníamos un foso extenso sin vestigios de aquéllos, no por eso perdíamos la fe que nos animaba. Resolvimos abrir el terreno en muchos puntos diferentes. Eran las 3 de la tarde del 9 de julio y nos ocupábamos de esta nueva tentativa, cuando un peón hízo saltar de un golpe de pala, un hueso partido en tres fracciones. Era un fémur humano, tan viejo y descompuesto, que apenas resistía al tacto más delicado y se hacia polvo entre los dedos. Con la mayor atención comenzamos el nuevo foso donde el peón sacó el fémur; y a poco andar una pala hizo volar, por desgracia, el frontal del cráneo humano. Suspendimos el trabajo de las palas, después de hacer un hondo foso en tomo del gran pan de tierra en que sospechábamos que debía estar todo el esqueleto, y emprendimos una tardía excavación a cuchillo, con el inmenso cuidado que exigían aquellos huesos deleznables. Una hora y tres cuartos después, estaba descubierto todo un esqueleto, presentando el espectáculo más sorprendente y entusiasmador para los curiosos que nos rodeaban, acompañándonos con sus votos y tomando parte en nuestros trabajos. El esqueleto presentaba una posición del todo original. Yacía horizontalmente de Este a Oeste. El cráneo descansaba sobre el occipital. El resto del cráneo se hallaba casi íntegro, inclusive la dentadura de la mandíbula inferior, con excepción de un incisivo y un canino. De la mandíbula superior reunimos cuatro muelas sueltas que estaban cerca del cráneo. Los miembros superiores estaban tendidos horizontalmente hasta las caderas, abajo de las cuales había varias falanges de los dedos, habiéndose perdido las restantes. Los miembros inferiores afectaban una posición que revela la violencia a que era sujeto el cadáver para enterrarlo, apareciendo rotos algunos huesos, tal vez por esa causa. 144 El fémur descansaba en la cavidad del vientre, la tibia y el peroné de uno y otro miembro, reposaban sobre la clavícula. Alrededor del esqueleto habla innumerables tiestos rotos y otros objetos y obras del arte prehistórico. Nos fué sumamente difícil extraer el esqueleto porque, como dijimos, los huesos se deshacían y operábamos bajo un cielo encapotado con tiempo húmedo y lluvioso, de suerte que el aire no contribuía a secarlos con rapidez. Para salvarlos de una destrucción segura los sacamos envueltos en panes de tierra, y tuvimos la fortuna de llegar a Buenos Aires con la mayor parte de ellos en el mejor estado. Abajo. a media vara del primer hallazgo, encontramos otra mandíbula inferior con varias muelas; pero en un estado tan sumamente delicado, que se deshacía al contacto de los dedos. Calculamos que los indios harían sus entierros observando ciertas reglas de simetría y cavamos en una línea prolongación de la del primer esqueleto: Al primer golpe de pico, empezaron a salir huesos de otro cadáver. La noche lluviosa detuvo nuestra empresa y el 10 de julio nos pusimos en marcha para Buenos Aires con el siguiente material científico extraído del túmulo: Las partes principales de un esqueleto humano prehistórico. Un pedazo de mandíbula humana con varias muelas. Una tibia y peroné de otro esqueleto. Un peroné de otro individuo. Quinientos ochenta y tantos objetos de procedencia industrial, entre fragmentos de tiestos de barro (cocidos, labrados y pintados), armas de piedras. rotas y enteras y huesos labrados utilizados o rotos para comer la médula, etc. Varias muestras de tierra de los fogones. Una medallita de mica, con un agujero en el centro y pintada de verde, de algún collar quizás. Una cabeza de papagayo hecha en barro, cocida y pintada de colorado, y una gran variedad de otros objetos". Con esta nómina de los objetos extraídos del túmulo. termina el informe de los señores Zeballos y Pico referente a los primeros trabajos realizados, los cuales quedan momentáneamente paralizados. Un mes después. estos vuelven a reanudarse, mas no ya con carácter personal, sino en nombre y bajo los auspicios de la Sociedad Científica Argentina. Esa Sociedad nombró para tal fin. una comisión especial integrada además de los señores Zeballos y Pico, por los doctores Germán Burmeister y Francisco P. Moreno. El doctor Burmeister renunció por razones de salud y el doctor Moreno no pudo trasladarse a Campana por hallarse enfermo al reiniciarse los trabajos. Se nombró en reemplazo del doctor Burmeister al señor Carlos Berg, pero la Junta Directiva no lo hizo hasta el día 8 de agosto. cuando los trabajos ya se habían reanudado 145 de manera que éstos, en definitiva, continuaron como al comienzo, bajo la exclusiva dirección de los señores Zeballos y Pico. Del resultado de estos nuevos trabajos, dieron cuenta en la segunda parte del informe y cuyos párrafos esenciales continuamos transcribiendo. "El día 7 de agosto nos pusimos en camino, provistos de los elemen­tos necesarios para los trabajos de excavación a practicarse. Desde el 8 hasta el 11 trabajamos sin cesar con 22 peones, aparte de la cooperación que nos prestaron la partida policial de campaña y algunos vecinos. Dirigimos con cuidado las excavaciones practicándolas personalmente cuando era necesario. Removimos todo el Túmulo hasta una profundidad que alcanzaba en ciertos puntos a dos metros, deteniéndonos por encontrarse allí el plan del bañado de donde surgía agua. Calculamos en 1.600 metros cúbicos aproximadamente, el movimiento de tierra efectuado. Los hallazgos exceden de lo que nos habíamos imaginado. Descubrimos 27 cadáveres, inclusives dos de niños, de todos los cuales pudimos reunir restos importantes de 18, pues la naturaleza del terreno del todo absorbente, los mantenía en muy alto grado de humedad. El más completo y mejor conservado de los cadáveres se hallaba a 1,80 metro de profundidad reposando sobre una capa de tierra más dura, y en la cual aparece ya la formación margosa que marca un grado de transición de la tierra al estado de la toba, vulgarmente llamada tosca. Conseguimos levantar este cadáver en un cajón especial con una masa de la tierra en que yacía, de suerte que llegó tal cual se hallaba y pudo ser visto en las mismas condiciones en que lo descubrimos sobre el terreno. Además trajimos 18 paquetes que contenían restos humanos, más o menos enteros y útiles. No hemos podido encontrar cráneos enteros, debido a que la humedad del suelo ha producido el resblandecimiento de los huesos y su ruptura; no obstante, es posible la restauración de varios de ellos, que llegaron rotos, pero casi completos. La colección de objetos de piedra es notable. Hallamos puntas de dardos y de flechas primorosamente trabajadas. manos de los mismos, hachas, piedras de honda. bolas perdidas, piedritas que los indios usaban como adornos y varios otros instrumentos, todos los que suman más de ciento cincuenta piezas. Reunimos más de tres mil fragmentos, aproximadamente de ollas, vasos y otros utensilios de barro, de los cuales hemos traído lo más importante, en número muy crecido de piezas, dejando aquello que por su pequeñez no merecía ser coleccionado. Reunimos algunas vasijas rolas pero completas, y varias con más de la mitad de su composición, de suerte que su restauración es muy fácil. A todo esto, hay que agregar cerca de cincuenta ejemplares de obras de arte indígena, en barro cocido, todas ellas pintadas, destinadas a adornos de los vasos, entre los que citaremos varias cabezas de aves comunes. Era también notable la colección de huesos trabajados por el hombre. hay entre ellos. unos treinta o cuarenta cuernos de ciervo preparados para diferentes aplicaciones generales. Reunimos muchos otros restos, huesos de los anímales comidos por el hombre, tierras donde existieron fogones, etc. etc....1 De regreso en Buenos Aires, depositaron los objetos extraídos y convocaron a una reunión a los doctores Moreno y Berg, miembros de la comisión, y al doctor Juan María Gutiérrez nombrado poco después para integrarla. Aun cuando ellos no habían podido tomar participación en las tareas de remoción del túmulo, juzgaron conveniente imponerlos de cuanto habían hecho y ofrecerles la participación que desearan tomar en el asunto. En dicha reunión resolvieron, de común acuerdo, lo siguiente ; 1º Que habría dos informes. El primero únicamente de los señores Pedro Pico y Estanislao S. Zeballos, relativo a los trabajos practicados, sus antecedentes, resultados y estudios verificados en el terreno. El segundo, de los cinco miembros, que contendría el estudio y descripción de los objetos mencionados. 2º Que se solicitara de la Sociedad Científica, el alquiler de un local donde pudiesen ser colocados todos los ob­ jetos en forma permanente, para que la comisión pudiera estudiarlos con reposo y durante el tiempo que lo creyere oportuno. En dicha reunión, que se llevó a cabo el 28 de noviembre de 1878, se resolvió dividir la tarea entre los miembros que formaban la comisión, cada uno de los cuales debía presentar un informe sobre la parte que se le había asignado. Por gentileza de la Sociedad Científica Argentina, cuyo archivo es de lo más completo que existen en el país, he podido revisar todas las fichas de la labor bibliográfica conocida de cada uno de estos hombres de ciencia, lamentando no haber podido hallar los informes que habían convenido en presentar. El único que al respecto he podido conocer, es el remitido por el doctor Germán Burmeister el 3 de setiembre de 1877 a la Revista de Antropología y Arqueología Prehistórica, de Berlín2 que dirigía el doctor Virchow y que termina con estas palabras; "Ahora y después que han sido examinados los huesos para clasificarlos, no me queda duda de que el sepulcro proviene de tiempos ante­ 1 Anales de la Socie dad Científica Argentina t. VI, página 244, año 1878. Parte de estos obietos se halla en el Museo de.. La. Plata, Vitrina E de la Sala XX. 2 Reproducido por el diario La Prensa en su edición del 19 de setiembre de 1818. riores al arribo de los Españoles. Debe suponerse que por allí se había desparramado una gran tribu de indígenas, que sin duda paraban a la orilla del río porque éste les brindaba el pescado. como más fácil y accesible alimento", El descubrimiento de este monumento sepulcral, prueba en forma fehaciente. que los primeros habitantes de Campana de que se tiene conocimiento. datan de la época prehispánica como lo he manifestado al principio de este trabajo.